Ana se había levantado, como siempre,
antes que Gregorio, y como siempre, había corrido a la ducha con la
intención de despejarse antes de comenzar su protocolaria puesta a
punto para ir a la oficina. Cuarenta minutos después sale del baño
habiéndose maquillado, peinado, arrancado algunos pelos rebeldes
aparecidos durante la noche en su rostro, crema corporal, pintura de
uñas. Perfumada por la nueva fragancia de Nina Richi se mira con
desgana algunas nuevas canas retadoras como serpientes vanidosas de
una edad que se acerca acechante. Más de una vez ya había comentado
a alguna amiga o con su marido, Gregorio, más en broma que en serio,
pero con más convicción que incertidumbre, la posibilidad de pasar
por primera vez por el quirófano para corregir… “estas malditas
arrugas que me están volviendo loca. Y tal vez levantar un poco los
pechos que parecen algo caídos últimamente. Cómo no queremos tener
hijos es normal que comiencen a sentirse inservibles ¿no? Pero no es
esa su única función… tal vez antiguamente… pero hoy en día
tienen muchas otras.” En esos momentos él se limita a escuchar su
alegato entre aburrido e incómodo o directamente ni siquiera se
presta a esa agotadora obligación marital. Acaba de llegar de la
oficina y no le apetece nada más que tirarse en el sofá para ver
alguna de esas series de producción propia.
Mientras Ana se enfrascaba en su lucha
diaria contra los años, Gregorio ya había conseguido levantarse y
se disponía a acometer hacendoso la pesada labor de preparar el
desayuno familiar a base de café fuerte y tostadas; mientras
escuchaba el monótono discurrir del noticiero de televisión
española. Alguna inundación en un país demasiado lejano como para
llamar su atención, el desplome de la bolsa, la derrota del Real
Madrid en la liga de campeones, y pasamos al apartado político.
“El presidente del Partido Popular
(PP), Mariano Rajoy, le ha dicho hoy al Gobierno que acepte las
recetas de su partido contra la crisis o haga lo que "le parezca
bien" y le ha advertido de que no va a aceptar aquello que cree
que es malo para España. Durante su intervención en una Convención
del PP de Cantabria, Rajoy ha insistido en que no necesita esperar al
jueves, cuando está convocada la comisión creada por el Gobierno
contra la crisis, para que le cuenten nada, porque el PP sabe lo que
hay que hacer y se lo ha trasladado al Gobierno para que, si quiere,
lo haga.”
"Sí
fuera por ti nos moríamos todos de hambre… si si, tú eres el
único capaz de salvarnos." Y las tostadas a punto de
quemarse, siempre se pone de mal humor al oír las noticias, prueba
sodomítica matutina que le despierta a la realidad mientras termina
de poner la mesa.
Ana, recién salida del baño, le
comenta algo sobre la cena del viernes con sus amigos Pati y Sergio.
Él cree que son sólo un par de snobs insufribles, el paradigma del
egocentrismo llevado a una pareja de clase media, o media alta debido
a la ingente cantidad de dinero que consiguen ingresar cada final de
mes en el banco gracias a no sé qué tejemanejes. Pero en el fondo
sabe que se trata de los únicos amigos de la universidad con los que
sigue manteniendo el contacto y más aún, posiblemente sean los
únicos amigos con los que cuenta la pareja.
-¿Me oyes?
-Sí. Claro, la cena del viernes. No te
preocupes ya hago yo la reserva.
-No quiero que nos vuelvas a llevar a
ese excéntrico restaurante libanés de la última vez. Algo bonito
donde se coma bien.
-Vale. Me voy a duchar.
Cruza el pasillo que le lleva al
dormitorio para recoger su ropa antes de meterse al baño. Mira por
la ventana para cerciorarse de que no lloverá. No quiere otro
infernal atasco en la autopista para llegar a la oficina. No puede
evitar pensar que se han equivocado al meterse en un crédito tan
alto por una casa tan alejada del centro. Le resulta incómodo hasta
la desesperación el tener que coger el coche cada vez que quiere
moverse algo más lejos de la zona residencial en la que viven. Pero
sabe que no les queda otra salida. Los pisos se han puesto por las
nubes y no podría conseguir nada mejor, ni más cerca, aunque
vendieran esta y pidieran una segunda hipoteca. Definitivamente hoy
no lloverá. Buena noticia, podrá permanecer cinco minutos más bajo
la reponedora ducha. Se desviste con desgana mientras escucha a Ana
al otro lado de la puerta hablando por el móvil. De nuevo su jefe,
de nuevo algún problema que ignora y que no pretende conocer a menos
que ella insista en contárselo. Rezó porque no fuera así a pesar
de no ser creyente. Se mira en el espejo. La piel de un blanco
lumínico se le muestra indefensa. Ha engordado un poco últimamente
y comienza a nacerle algo de vello en zonas en las que nunca se
hubiera imaginado. Debería volver al gimnasio. Todas estas
cuestiones y muchas otras que me ahorraré por mera conciencia moral,
surgen en su mente mientras termina de despojarse de los calzoncillos
que caen inertes sobre la fría baldosa. Un ritual mil veces
repetido, pero de pronto, algo corta en seco el curso normal de sus
pensamientos. Ha descubierto una rojez en el brazo derecho que llama
su atención. Acerca su cara a la zona en cuestión para
inspeccionarla concienzudamente. Parece… una especie de grano, nada
más común que un grano. Pero algo le dice que no se trata de un
grano normal y corriente. Según su parecer, no es el típico grano
que podría salir sin motivo alguno en un cuerpo humano. Lo estudia
durante unos minutos para auto convencerse de que no es nada. Pero la
extrañeza de que sea en aquel antebrazo ha logrado despertar en él
una, si no preocupación, si cierto resquemor por aquel aparente
atentado corporal que parece vanagloriarse ante sus ojos.
Terminó de ducharse y afeitarse y
cuando salió Ana todavía hablaba por el móvil. Ante sus gestos de
impaciencia no le queda más remedio que colgar.
-¿Qué te pasa?
-Mira. (Desnuda su brazo derecho para
mostrarle la protuberancia.)
-¿Qué?
-¡Mira!
-¿Ese grano de mierda?
-No es un grano. No sé qué es pero no
es un grano.
-Vale, lo que tú digas.
-No es lo que yo digo. Yo no veo un
grano normal, es todo.
-¿Y qué es lo que ves a ver?
-No sé, es algo raro.
-Cada día estás más hipocondríaco.
¡Estos hombres!
-Ah si, estos hombres estos hombres. No
me sueltes el discursito de la regla y todo lo que sufrís las
mujeres porque ya me lo conozco de memoria.
-Mira, me voy a trabajar. No tengo
tiempo para una guerrita de sexos en estos momentos. Nos vemos a la
noche. No te olvides del restaurante.
Ana salió por la puerta en busca del
coche que la llevaría a su oficina sin que Gregorio se dignara a
despedirse de ella. Esa es la mayor afrenta que puede hacerla en
estos momentos. Se siente irritado ante los comentarios de su esposa
por haber tratado de minimizar lo que le pasa con esa condescendencia
que siempre le deja en un lugar de inferioridad ante ella. No sólo
no le había dado importancia a su grano, sino que lo había
ridiculizado dejándolo por infantil e hipocondríaco.
"¡Hipocondríaco! ¿Yo?
Maldita seas. Cómo sea algo grabe te vas a enterar…" en ese
momento de orgullo herido casi hubiera deseado que sus peores
sospechas fueran ciertas para llenar la conciencia de Ana de
reproches conyugales ante su falta de interés para con sus males.
Pero no tiene tiempo para seguir sintiéndose ofendido, el tema del
grano le ha hecho retrasarse y ahora tiene que correr si quiere
llegar puntual al trabajo.
Un ligero retraso que nadie parece
apercibir en la oficina y el resto de la mañana transcurre como
todas. Rellenar el maldito informe financiero, tomar café con sus
compañeros, consultar los últimos grupos aparecidos en Facebook…
no puede evitar una sonrisa maliciosa con uno al que se acababa de
apuntar Jorge de recursos humanos:
Nombre:
Yo soy de los aue piensan que la unica iglesia que ilumina, es la que arde...
Categoria:
Solo por diversion - Clubs de fans.
Descripcion:
O tu tambien eres un santo?...
Privacidad:
Abierto: todo el contenido es publico.
Pero ni todo este ajetreo puede
distraerlo de su principal preocupación. El grano, después de
mirarlo y revisarlo decide informarse por Internet. Grave error el de
Gregorio como todos podemos imaginar. La búsqueda en google no es
muy esperanzadora. Granos, espinillas, pústulas, encuentra hasta un
grano en el labio vaginal y decide que ya es suficiente, necesita un
poco de aire fresco. Da gracias a que su jefe se encuentra en una
reunión que le llevará el resto del día y sale por el garaje del
edifico sin despertar mayores sospechas. Conduce hasta unos grandes
almacenes. La mejor manera de distraerse. Compra algunas cosas para
la casa, unas medias para Ana y unas escobillas nuevas para el coche.
Lo de las medias para Ana es una respuesta instintiva al sentimiento
de culpabilidad por encontrarse un día de diario no festivo en un
centro comercial y sin ella. Después regresa al coche sin haber
cumplido su objetivo, ya son las cinco de la tarde, podría volver a
casa sin tener que responder a ninguna pregunta, le entregaría las
medias y eso serviría para hacer las paces después de la pequeña
discusión de esta mañana. Tal vez hicieran el amor a pesar de ser
un día de diario, sabe que lo necesita, ni Internet, ni las compras
habían logrado calmar su malestar, pero esta convencido de que
aquello sería la medicina perfecta contra su paranoia cutánea.
Al regresar a casa esta se encuentra
solitaria y en penumbra, Ana no ha vuelto todavía, enciende la
televisión, se prepara un bocadillo y trata de relajarse. Se siente
sucio, pero descarta la posibilidad de una ducha por la simple razón
de que no quiere volverse a encontrar cara a cara con aquello. La
programación de la tele es un asco, también el bocadillo. Se va a
la cama donde debe de quedarse dormido porque al rato oye ruido en la
cocina, tienen que haber pasado un par de horas que le parecen
segundos. La noche ya ha caído y se encuentra tirado encima de la
cama con la camisa a medio desabrochar y los calcetines negros
colgando como pellejos de sus pies. Se incorpora soltando leves
gemidos desganados. Los ruidos procedentes de la cocina le hacen
presagiar que Ana ya ha llegado y sale en su busca.
-¿Ya te despertaste?
-¿Todavía estás enfadada?
Ana no contesta, se limita a darle la
espalda como hace siempre que no quiere enfrentarle. Cada uno de sus
movimientos deja escapar su malestar como tambores beligerantes.
Gregorio no quiere que la situación continúe por aquellos
territorios pero sin saber cómo solucionarlo se limita a quedarse
allí, mirándola con ojos bovinos. El cuerpo tenso en medio de la
cocina. Al rato consigue actuar, se acerca a ella por detrás, con la
actitud del niño que, arrepentido, suplica su perdón.
-¿Qué tal el trabajo?
-Como siempre. Paola la volvió a cagar
y tuve que quedarme tres horas más para arreglar toda su mierda. Un
día se va a llevar una hostia esa niñata.
-No puedes hacer nada porque Salcedo…
-Me cago en Salcedo y la madre que lo
parió. Me da igual que se la tire, es una inútil y ya está. ¿Y
tú?
-Me fui.
-¿Y eso?
Gregorio percibe con felicidad que el
malhumor de su mujer esta amainando. Puede ver cómo sus rasgos se
van destensando en el transcurso de la conversación, hasta ha
soltado alguna sonrisa y fuma serena; sentada en el puf IKEA. Aun
así, no está dispuesto a incurrir en ningún paso en falso, sabe
que la situación es todavía demasiado delicada como para arriesgar
una jugada atrevida. Sin lugar a dudas conoce bien a su rival.
-Don Alejo estaba en una reunión,
necesitaba tomar el aire.
-¿Todavía sigues con la mierda el
grano?
Mejor no seguir por ahí, el tema la
vuelve a enojar, puede sentir su malestar, el pecho balanceándose de
nuevo bajo la blusa muestra su desagrado.
-Fui al centro comercial. Te compré
algo. Vi unas medias preciosas que están hechas para ti.
Un golpe perfecto. Media sonrisa nace
en su rostro. Es el momento de atacar, sabe que es ahora o nunca, con
sigilo se acerca a ella y la besa despacio. Primero en las mejillas,
luego en la boca.
-¿Te las quieres probar? Están en la
habitación.
-Si crees que con esta mala actuación
de teleserie vas a conseguir un polvo lo llevas claro.
-No seas tonta, vamos, pruébatelas.
La arrastra hasta la habitación y se
tumba en la cama para disfrutar con la apasionante visión de ver a
su mujer poniéndose despacio aquellas medias suaves, dulces de deseo
voyeur casi adolescente. No deja de resultarle extraño que después
de tantos años todavía le sigua resultando tan atractivo el cuerpo
de Ana. Ve sus largas y tersas piernas que terminan en unas braguitas
negras con pequeños encajes casi escondidas por los pliegues de la
camisa de seda.
-Deja de mirarme así guarro.
Ya ha terminado de subirse las medias y
se mira en el espejo del baño para evaluar el efecto de las nuevas
medias en su piel.
-Tengo que adelgazar, estoy horrible.
-Estás preciosa, ven aquí.
-Ni de coña.
-Ven aquí que las vea más de cerca.
Finalmente hacen el amor según el
protocolo estipulado secretamente y sin palabras desde los primeros
tiempos de su relación. Una coreografía tantas veces repetida que
si bien no es perfecta, siempre satisface a los dos.
A la mañana siguiente, cuando Gregorio
se dispone a ducharse, después de haber comido las eternas tostadas,
descubre horrorizado al contemplar su cuerpo el nuevo estado de aquel
que el día anterior había sido un simple grano sin importancia.
No se lo puede creer, lo mira
largamente, incapaz de reaccionar. No se explica cómo esa cosa se
puede estar reproduciendo en su brazo derecho de esta manera. El
hecho de haberse olvidado del tema durante las últimas horas no hace
más que multiplicar el impacto en su cerebro al contemplar el estado
de lo que se ha convertido en una especie de ulceración informe de
aspecto viscoso. Se ha extendido por todo el brazo, trazas inermes de
piel se despliegan por todo lo largo del brazo que ha perdido por
completo su forma original para representar este músculo ambiguo.
Cuando logra reaccionar corre por el
pasillo hasta la cocina para enseñárselo a Ana, pero ha permanecido
demasiado tiempo en el baño y ella ya se ha ido. Indefenso sin su
consuelo se sienta en el puf. Quiere llorar pero las lágrimas no
surgen, las puede sentir agolpando su angustia como una aguja
quirúrgica en la parte frontal de su cabeza. Está acojonado, así,
con todas las letras. Casi inconscientemente logra llamar a la
oficina. La secretaria no tarda en comunicarle con don Alejo que
recibe la noticia con más indiferencia que molestia, en
circunstancias normales se hubiera preocupado por la reacción de su
jefe, pero ahora se encuentra tan inquieto que ni se para a
reflexionar.
Aturdido sale en busca de su coche y
conduce hasta el hospital “La Santa Providencia” que se encuentra
a pocos kilómetros de su casa.
Después de esperar la consabida lista
de espera y explicar su caso una y otra vez a las diferentes
enfermeras que aparecen en la pútrida sala de espera; logra que le
atienda un médico, o al menos eso es lo que pone en su placa, porque
a Gregorio le parece algo dudoso tal título teniendo en cuenta la
edad y actitud del imberbe muchacho que tiene en frente. Más cercano
a una banda de patinadores callejeros que a la idea que uno tiene de
lo que debe ser un médico. En este momento se maldice por no haber
accedido a contratar un seguro privado como le había aconsejado uno
de los hermanos de Ana que se dedica a vender este tipo de servicios.
En su momento se había negado por motivos bien evidentes, no quería
darle un duro a ese pedazo de capullo engreído, pero dadas las
circunstancias no dudaría ahora en lamerle la punta de sus
relucientes botas a cambio de que le dejara firmar uno de sus
afamados seguros. Pero ya no había marcha atrás, tenía que confiar
en la seguridad social y en la palabra de aquel adolescente de que se
trataba de un médico de verdad, si quería obtener algo positivo de
todo aquello, y sobre todo, lo más importante, que toda esta
pesadilla se terminara lo antes posible.
Hace prueba de una gran paciencia y le
explica lo que le ha sucedido en los últimos días en cuanto al caso
del grano evolutivo, mientras el joven parece ojear algún tipo de
revista de videojuegos limitándose a lanzar algún gemido de vez en
cuando en el transcurso de la narración. Cuando termina su narración
el otro lo mira un momento con aire displicente y decreta.
-No creo que sea nada.
-¿Cómo nada? (Gregorio ha levantado
la voz en un aullido desesperanzado y tiembla hundido en su silla.)
-No se altere. Pero sinceramente, creo
que se trata de algún tipo de alergia, algo sin importancia ya que
según me cuenta la protuberancia surgió hace más de veinticuatro
horas. Eso indica que no se trata de nada grave porque sino a estás
horas ya estaría en coma. O algo peor... (Esto último le debe haber
parecido realmente gracioso porque suelta una risotada que la mirada
de odio de su paciente se encarga de cortar en seco.)
-¡Ni siquiera me ha examinado! (Y sin
esperar la respuesta negativa del otro se apresura a sacarse el
jersey para mostrarle su endémico brazo.) ¿Esto le parece normal?
¿Algo sin importancia?
-Ya le digo, a pesar de su aspecto, no
creo que se trate de algo grave. En un par de días se habrá ido y
usted olvidará todo lo sucedido.
-¿Y si no es así? ¿Y si se agrava?
¿Y si me muero?
La carcajada del medicucho, esta vez no
retenida, rompe su cadena de preguntas.
-No se va a morir señor Sánchez y si
se agrava venga de nuevo y le haremos unos análisis.
-Y ¿No me los pueden hacer ahora?
-Si le tuviera que hacer análisis a
todo el que pasa por aquí amigo mío, el sistema sanitario español
se iba a la mierda en dos días. Le aseguro que no puedo hacer nada,
le aseguro que no es nada. De todas formas… mire, tome esto.
(Rellena en décimas de segundo una receta y se la da esgrimiendo un
ligero aire de benevolencia que no se molesta en disimular.)
-¿Qué es?
-Un antihistamínico. Por si acaso. Y
ahora si me permite… tengo muchos pacientes que atender.
Sale del hospital más angustiado de lo
que entró, y con la sensación de haber perdido un tiempo precioso.
Tira la receta por la ventanilla del coche, ni loco va a tomar los
malditos antihistamínicos, está seguro de que no se trata de nada
de eso. Pero ¿Qué hacer? ¿Adónde ir? No conoce a ningún médico,
un par de abogados, administrativos y gente de su oficina, pero en el
ramo de la medicina, nada. Se siente mareado, tiembla compulsivamente
y casi no logra mantener el volante recto entre las manos, llega a
casa y vomita. Esta claro que no se encuentra nada bien, no quiere
mirar Internet, sabe que no tardaría en comenzar a buscar páginas
en las que se hablara de todo ese tipo de cosas, y no quiere pasar
por la misma situación que el día anterior cuando preguntó al dios
google por “grano” así que saca una cerveza de la nevera y se
sienta en el salón a ver la tele. Deben de ser ya las dos pues están
dando el noticiario. Con la tontería del hospital se le ha ido toda
la mañana sin darse cuenta.
"La OTAN causa otra matanza de civiles en el sur de Afganistan. Las lluvias torrenciales en Madeira dejan ya 70 heridos y 42 fallecidos. Hacienda destapa comisiones opacas de nueve cargos del PP por 3.8 millones."
"Aquí, como siempre, todos
robando." (En contra de lo que parecería lógico, las
noticias no le han puesto de mejor humor. Luego comienza una película
basada en hechos reales y consigue dormir un rato.)
Al despertar se siente
sorprendentemente mejor. Ha dormido como nunca y ¡Está hasta
contento!
Enciende el reproductor de MP3 y no
tardan en sonar los primeros acordes de “like a virgin.” Siempre
le ponen de buen humor la melodía pegajosa y la voz estridente de
Madonna proclamando una virginidad irrisoria.
Va al baño y se desnuda frente al
espejo sin ningún tipo de complejos. Decidido, mira el brazo dañado,
más con intriga que con miedo o asco. “Aquello” ha deformado por
completo la extremidad que se le presenta arrugada y amorfa, pero lo
peor es, que parece continuar con su avance. De todas formas, ha
decidido no hacerle más caso, quiere creer al adolescente doctor del
hospital y confiar en que todo eso no es más que una terrible
pesadilla y todo volverá a la normalidad. Se ducha cantando “Please
please me” que llega a sus oídos desde el otro lado del salón,
hubiera preferido un largo baño caliente pero sólo tiene un plato
de ducha, así que se tiene que conformar con dejar que el agua se
deslice por su piel durante más de media hora.
El resto de la tarde lo pasa inmerso en
una de sus ocupaciones predilectas, no hacer nada. Luego le entra
hambre y se dirige a la cocina para hacerse un bocadillo. En ese
mismo instante llega Ana.
-¿Vas a comer ahora? No tendrás
hambre en la cena.
-Pues no ceno.
-¿Cómo que no cenas? ¡Oh no! No me
digas… se te olvidó la cena. Se te olvidó buscar un restaurante
para la cena de esta noche con Pati y Sergio.
-Yo. El brazo… tenía otras cosas en
las que pensar. Se ha puesto peor.
-Y ahora ¿Qué hago?
-No te preocupes. Fui al hospital.
-Seguro que no hay ni una puta mesa
libre en toda la ciudad.
-El médico me dijo que sería algo
alérgico.
-¡Hoy viernes! Imposible. Seguro que
está ya todo pillado.
-La verdad es que ha crecido mucho.
-El móvil. Tengo que llamar a todos
los restaurantes a ver si hay suerte ¿Dónde está mi móvil?
-¿Quieres verlo?
-¿Ver el qué?
-Mi brazo.
-¿Todavía sigues con eso? Anda déjame
en paz. Por tu puta culpa ahora tengo que ponerme como una loca a
buscar lo que sea. Les dijimos que lo reservaríamos nosotros. Y
después de ese super gastronómico al que nos llevaron la última
vez… vamos a quedar como unos gilipollas.
Gregorio ya no la escucha. Ha salido de
la cocina y se ha puesto los cascos del MP3 como hace siempre que no
quiere saber más de las historias de Ana. Pero ahora además está
enfadado. Primero con ella por no hacerle ni caso y ningunear su
enfermedad y después con él mismo por no haberse acordado de la
maldita cena, está cabreado con el doctor del hospital, con su jefe,
con Pati y Sergio, con el país y con el mundo. Pero Esteve Miller
canta por su reproductor y puede olvidarse de todo lo que le rodea
sólo con subir un poco más el volumen.
No dura mucho, pronto siente que le
arrancan los auriculares y casi hasta las orejas.
-No te preocupes capullo. Ya he
encontrado un sitio. No es gran cosa pero dadas las circunstancias no
podemos pedir nada mejor. Me voy a arreglar. Cuando vuelva quiero que
estés listo. (Gregorio se mira los pantalones vaqueros y el jersey
oscuro sin saber muy bien a qué se refiere.) No te voy a dejar ir
así. Ven a la habitación que te saque una camisa y unos pantalones
decentes. (No está en posición de discutir y eso le disgusta
todavía más ¿Por qué no le escuchará aunque sea un segundo?)
Se pone la ropa sin decir nada y sale
del dormitorio. Sabe que tiene una buena hora de espera por delante
antes de que ella consiga salir del baño, y en realidad la desea
para desconectar del mundo, desde que le ha sucedido esto del brazo
lo único que quiere es desentenderse de los problemas del mundo en
una burbuja artificial. Se vuelve a colocar los cascos, ahora suenan
“Los Ramones” y no puede evitar una sonrisa de satisfacción.
Exactamente una hora y veinte minutos
después sale Ana del baño para recriminarle que esté tirado de esa
forma en el sofá, arrugando la ropa de la cena. A pesar de seguir
enfadado con ella tiene que reconocer que está preciosa. Resplandece
como una sirena recién salida del mar, esta metáfora le parece
demoledora y se la suelta esperando aplacar su ánimo. Efectivamente,
así es, ella le responde con un largo beso que le sabe a fresa y
dentífrico. Lleva puesto un vestido rojo de terciopelo que le queda
estupendamente con las medias que le ha regalado. El pelo se lo ha
peinado y colocado gracias a la espuma y pesados trabajos de amasado
dignos de las mejores peluquerías. Ambos saben que los mil euros que
se han gastado en el curso de peluquería han sido la mejor inversión
que han hecho en los últimos años.
Cuando llegan al restaurante sus amigos
ya están en la mesa, tomándose unos Martinis. Al lado de ellos
parecen dos estrellas de hollywood recién salidos de su limusina.
Los saludos se alargan durante largos
minutos, hace varias semanas que no se ven porque han estado de
vacaciones en Nueva York y más tarde Sergio había tenido que salir
en un viaje de trabajo a Bangkok por un pequeño problema con el
sistema de veteasaberquéporquenomeimporta. Pati está realmente
increíble con un vestido, que según les ha contado lo compró en
USA, como la gusta llamarlo, eso es algo que siempre hace reír a
Gregorio y tiene que ocultarse simulando una repentina tos.
Una pieza negra de tirantes con un fino
dibujo de rayas rojas en el centro y una falda corta por la que
asoman sus níveas piernas sin medias hace enrojecer a Ana y reír,
esta vez nerviosamente, a Gregorio.
-¿Qué tal en Nueva York?
-Otro mundo tío, eso es otro mundo.
¿Sabes que hay restaurantes donde no dejan entrar niños? Eso si que
es ser civilizado. (Los Sánchez asienten encantados a todo lo que
les cuentan sus amigos sin dar crédito a tanto lujo y glamour. Al
parecer habían coincidido en un concierto de Luis Miguel en el
Madison Square Garden con Antonio Banderas que le encanta todo lo
latino y con Brad Pitt cenando en el Four Seasons. Por supuesto que
lo habían invitado a una botella de champagne y habían terminado
charlando con él y Angelina Jolie hasta altas horas de la noche.)
-Toda una aventura.
-Increíble macho. Me compré este
Iphone de última generación que es tan bueno que he tenido que
despedir a mi asistente porque ya no me servía para nada. (Todos
ríen.)
La velada transcurre por estos
derroteros terminando con la promesa de los Sánchez de que irán con
ellos en su próxima escapada.
-¿Has visto que pedante estaba hoy
Sergio? Que si USA que si Asia. ¡Tu puta madre que pesao! (Gregorio
no puede evitar sentirse ofendido. En una regla no escrita de la
pareja, siempre se les había considerado como más amigos de él que
de ella, a pesar de que los cuatro se habían conocido en la
universidad y fue Sergio el que los había presentado cuando ellos
dos andaban medio enrollados, algo que no había vuelto a suceder
nunca desde que comenzara a salir con Gregorio.)
-Está orgulloso de su vida ¿Qué hay
de malo en eso? Y tú estás celosa.
-¿Celosa? ¿De qué? ¿De todo ese
mundo tan falso?
No quiere contestar, se encuentra
demasiado agotado como para comenzar otra batalla matrimonial. Siente
picores en los dos brazos y sólo quiere llegar a casa y tumbarse en
la cama. La cabeza le arde y el Güisqui de malta que su amigo le
había obligado a beber no le ha ayudado precisamente a sentirse
mejor.
Toda la noche se la pasa en un
duermevela insoportable, repitiéndose en su cerebro alucinaciones y
sueños entrelazados con leves momentos de vigilia que lo hacen
amanecer todavía en peor estado y para su sorpresa Ana ya no esta en
casa. Debe haberse levantado en algún momento en el que él dormía.
Se le había olvidado que hoy iba a casa de sus padres.
Se dirige al baño con torpes pasos de
sonámbulo y al mirarse en el espejo despierta de golpe. Un diluvio
de agua fría se le viene a la cara al contemplar con sobresalto los
estragos que se han producido en su rostro durante la noche.
El pelo hirsuto y pajizo, la frente
plomiza, los ojos parecen habérsele empequeñecido, la nariz extensa
y retadora como de teleñeco. Pero sin duda lo que más impacto le
causa es la barba, demasiado densa y poblada de canas, no le parece
lógico pues se afeitó el día anterior y ahora está como si la
hubiera dejado crecer durante semanas. No lo soporta más, con
temblorosas manos trata de lavarse, fuerte, frotando cada poro de su
piel con tal saña que enrojece al instante y parece un borracho de
taberna maloliente. Toma la espuma y se afeita con odio, cortándose
a cada sacudida de la maquinilla. Cuando termina su gesto es todavía
más desolador. Llora desconsolado, no tiene arreglo, diría que es
otra persona la que le mira con desprecio al otro lado del espejo,
devolviéndole una imagen perversa de sí mismo. No puede ser se
dice, a penas se reconoce, gesticula con desesperación intentando
solucionar el embrollo en el que está metido, como tratando de que
aquel ser no sea él, pero a cada movimiento de sus facciones, se
repite él mismo en la imagen, completamente desfigurado y perverso.
Desesperado, sale del baño y se
prepara el desayuno, quiere olvidarlo todo, como si se tratara de un
mal sueño y casi lo logra viendo en la tele una reposición del
“Equipo A” que siempre le pone de buen humor. Todo le vuelve a
parecer de nuevo normal, pero al terminar va de nuevo al baño,
necesita comprobar que aquel ser que había usurpado su rostro ya no
está allí, que vuelve a encontrar su figura habitual.
Desgraciadamente no es así, confirma con horror que la barba le ha
vuelto a crecer.
"No puede ser, no puede ser. Yo
no soy ese, tiene que haber algún error, puede ser que me esté
sucediendo como en “Abre los ojos” algún tipo de error cósmico
que me esté jugando una mala pasada, un fallo en mi mente que me
haga ver lo que no hay."
Aun así descarta la posibilidad de
regresar al médico por obvia, la experiencia del día anterior lo ha
dejado demasiado desilusionado con el sistema sanitario. Pero ¿Qué
hacer? ¿A quién recurrir? Su familia no le entendería, sus amigos
se reirían de él. No quiere ni pensar en los sarcásticos
comentarios de Sergio cuando lo vea ¿Y Ana? ¿Qué dirá cuando lo
vea? No puede ocultarse eternamente ante su mujer, seguro que lo
abandona, lo dejará ahí, solo, con su cara deforme, para buscar a
alguien normal, sin sus deficiencias físicas y morales, porque dicen
que la cara es el espejo del alma. ¿Qué ha hecho para que le suceda
esto? Se diría que parece un castigo divino pero no cree en Dios, o
sí. ¿Ha sido por reírse del grupo que quemaba iglesias virtuales?
Eso no puede ser, si se tratara de eso qué hubiera pasado con
Lutero… No, está claro que no se trata de nada de eso ¿Pero qué?
Tiene que darse un respiro, calmarse y
razonar las cosas con detenimiento, lo mejor es darse una ducha para
aclararse las ideas pues está empezando a desvariar. Pero al
quitarse la ropa es todavía peor. Su cuerpo parece descomponerse
atacado por una especie de gangrena de gran virulencia. Una necrosis
acuciante, nauseabunda, una putrefacción indescriptible que parece
atacar a todos los miembros de su cuerpo con tal saña que la idea de
la maldición no tarda en regresar a sus agitadas neuronas. La piel
le cae lacia y tiene vellosidades desmesuradamente grandes allá
donde nunca se hubiera imaginado tenerlas. Vuelve a afeitarse, pero
esta vez también incluye estas partes de su anatomía y se ducha con
agua hirviendo con la esperanza de arrancarse todo aquello. El agua
caliente le hace mucho bien, logra calmarse y se seca para afrontar
de nuevo al maldito espejo. ¡Otra vez está igual! Le han vuelto a
brotar la barba y las vellosidades sin compasión.
Necesita dar un paseo, el aire fresco
del extrarradio madrileño le vendrá bien.
Se dirige a la panadería para comprar
una barra de pan y la chica no le reconoce a pesar de que compra
bastante a menudo en su tienda. Pero sí que nota una mirada
indefinible en ella, como si tratara de descifrar un puzzle sin
conseguir cuadrar todas las piezas. Por la calle es todavía peor.
Todo el mundo parece conocerle, unos le miran con odio, otros le
sonríen, una pareja de viejecillos se le acerca para saludarle
diciéndole cosas que no llega a comprender del todo. Tiene que
hacerse con un clinex que lleva en la chaqueta para limpiarse los
abundantes ataques salivales con los que le ha embestido la mujer.
No entiende nada, esta historia le
supera por todos los lados de su lacerado ser.
Ya en casa, por fin, se siente a salvo,
pero no acierta a comprender nada de lo que le está pasando. Por más
que le da vueltas al asunto nada de eso tiene sentido y empieza a
imaginarse causas de lo más absurdas. No se atreve a enfrentarse de
nuevo con el espejo, no quiere usar Internet, ni leer nada, no puede
concentrarse, intenta escuchar música, intenta ver la televisión.
Todo le da asco, no sabe por qué pero ahora todo le parece mal, todo
es nocivo para los españoles. Nunca había tenido este tipo de
pensamientos catastróficos y esto es algo que le sorprende.
Abandonado ya su primer estado de ansiedad, ahora intenta analizar su
situación de la manera más coherente posible.
"Vamos a ver. Todo comenzó con
un grano. Luego se extendió por el brazo derecho y de ahí a todo mi
cuerpo. Me ha cambiado la cara y parece que está comenzando a atacar
mi cerebro. ¿Alergia como dijo el semidoctor? ¿Cáncer? Podría
ser. Algo raro. Me siento de nuevo mareado. Pero no nervioso. Ya no.
Ahora tengo una sorprendente calma que me hace pensar sin
entorpecimiento neuronal. ¿Estoy seguro? ¿Soy yo el que piensa o ya
es esta cosa que se apodera de mí? Para colmo. Parece haberme
crecido la lengua. No sé. Es como si se quisiera salir de mi boca
todo el rato. " Uno de los últimos avances que se han
manifestado en el estado de Gregorio, ciertamente, es una
incontinencia lingüística, pero no en cuanto a las palabras, sino a
que la lengua en sí parece descontrolada y aparece todo el tiempo
entre sus labios como un alien rosado y carnoso intentando salir de
su cuerpo.
"soy una persona coherente y sin
complejos. Y como quiero seguir siendo una persona coherente con lo
que piensa y con lo que dice, no tengo ningún problema para decirlo
así, antes al contrario, porque no soy ningún acomplejado ni tengo,
por tanto, necesidad de reafirmarme ante nadie ni de inventarme
diferencias ni matices. Y no me importan las disquisiciones que
algunos puedan hacer. " ¿Por qué ha dicho eso?
No puede entender por qué le parece
que su cabeza vaya por su cuenta, funcione con un procesador
diferente, no sólo con respecto a si mismo, sino al del resto de
seres vivos de este planeta. Si deja a su cerebro explayarse a fondo
no logra formular más que frases ininteligibles de temas
absolutamente superrealistas en la frontera de la abstracción más
absoluta.
Duerme a ratos, otros, mastica con
desgana algo de comida encontrada en la nevera. Con el gesto
compungido y aletargado ya no lucha. No tiene fuerzas para
enfrentarse a algo que definitivamente se ha apoderado de todo su
cuerpo.
Cuando llega Ana ya ha anochecido. Él
se encuentra tirado en el sofá, destartalado, sin vida. Ella entra
corriendo, sin verle, al baño, necesitaba una ducha. Los hijos de su
hermano le habían dejado el jersey de angora perdido. Continúa
hablándole todo el rato desde la ducha. Él la oye sin escucharla.
Cuando sale, huele a lirios. Pasa a su lado, va a la cocina, prepara
algo de comer, le pregunta si tiene hambre, no contesta. Vuelve con
el plato en la mano recriminándole que no se hubiera levantado,
seguro que se había quedado todo el día ahí tirado como una
anémona. Cuando está más cerca por fin le ve. No puede evitar que
la cena caiga al suelo produciendo un gran estrépito al chocar
contra las baldosas. Él se incorpora para que lo vea mejor,
mostrándose como en los circos antiguos. Ella tiembla durante
algunos minutos sin poder separar sus manos de la boca que ahogan un
grito. Cuando al fin puede articular palabra lo único que surge de
su boca, es una frase demoledora que queda flotando en el aire.
"¡Te has convertido en Mariano Rajoy! "