lunes, 16 de mayo de 2011

Lenwë Alcarín

Nace el 20 de Noviembre de 1945 en Gauteng, una población minera de Johannesburgo. Sus padres eran inmigrantes judíos de clase media. Su padre se dedicaba al negocio de exportación e importación. Empezó a escribir relatos a la temprana edad de nueve años, encargándose él mismo de la edición y distribución entre sus compañeros del colegio. Pronto sus escritos tuvieron mucho éxito entre el alumnado, pero como la mayor parte de lo que Lenwë había escrito estaba dedicado a ridiculizar a sus profesores, estos le censuraron con dureza. Esta fue la primera vez que el joven Lenwë se encontraría con la censura. Pero no sería la última. A los quince años publica en una revista dedicada al superrealismo llamada “Thales” tanto artículos literarios como poemas propios de tono superrealista. Pronto abandonó el superrealismo para centrarse en problemas más cercanos con el hombre y dedicado de lleno al movimiento comunista, no tardó en afiliarse al partido y ya en la universidad de Witwatersrand participó en algunos mítines que terminaron de manera lamentable ya que el gobierno sudafricano atacó con virulencia a dichos insurrectos. La mayoría de sus compañeros cejaron en el empeño de continuar con la lucha. No fue este el caso de Lenwë por lo que se vio obligado a dejar Johannesburgo en la primavera de 1967. Ya antes de partir parece que había publicado algunos poemas de corte comunista y tratando el tema de la segregación racial. No se conserva hoy en día nada de todo esto puesto que el gobierno sudafricano se encargo a conciencia de destruir cualquier rastro.
Como decía, en 1967 llega a Londres donde comienza a trabajar en una panadería. Se tiene que levantar a las cuatro de la madrugada y las duras condiciones del trabajo le dejaron secuelas que aún hoy le acompañan. Su delicada salud se vio empeorada por la gran humedad de la capital inglesa, teniendo que ser ingresado varias veces por problemas respiratorios, no le queda más remedio que abandonar el país. Como no tiene dinero para cruzar el charco y dirigirse a los estados unidos, toma un barco que lo lleva a Francia. Desembarca en Le Havre el 13 de Enero de 1970. Tiene entonces 25 años, no habla nada de francés, pero todo lo que ha leído de ese país le apasiona enormemente.
Con una mochila llena de ilusión se pone a trabajar en alguna fábrica. Luego en otros diversos trabajos de los que no le gusta mucho hablar pero que mejor o peor le ayudan a sobrevivir en una ciudad que se le aparece tosca y culturalmente muerta, por lo que  decide probar suerte en París.
1972, París le enamora, se ve embaucado por la vida parisina que le lleva de fiesta en fiesta hasta la extenuación. No se puede decir que hiciera una vida cultural muy prolija en estos años, pero si que se impregnó bien del ambiente nocturno de la ciudad. Pero sus viejos problemas de salud le persiguen, la vida desordenada que había llevado durante casi un año le pasa factura, los médicos le dan un ultimátum, o se comporta o estará bajo tierra en menos de cuatro meses. Él, como es lógico, no les hace mucho caso y sigue perdido detrás de todas las faldas de la ciudad que se cruzan en su camino. El 14 de julio de 1974 pierde el conocimiento en una fiesta y es trasladado al Hotel-Dieu, en el que permanecerá sin conocimiento durante dos semanas. Allí lo cuida una afanosa enfermera llamada Lorette Âmerie. Con la que se casa un mes después de haber sido dado de alta en el hospital. Ella le convence de que la vida que había estado llevando hasta entonces no le hacen ningún bien, le habla del budismo, religión que procesaba ella desde hace años y que él tomará como propia a partir de ese momento. Se da cuenta del camino errático que había llevado hasta entonces, ella también le encuentra un trabajo, es guarda de seguridad de un sanatorio psiquiátrico y al año siguiente comienza estudios de literatura moderna en la Sorbona. Durante estos años prácticamente no duerme, ha renovado su energía y vitalidad primera. Quiere retomar también su carrera política, ya lejos de Sudáfrica quiere promover una organización anti-apartheid. Pero tanta actividad termina por pasarle factura y vuelve a encontrarse postrado en una cama. Más de un año sin poder moverse que utilizó para escribir sin parar. Recuerdos de su país, la lucha de clases, se siente muy atraído por el tema onírico y filosófico, en los que serán sus versos más hermosos.
Recuperado de su convalecencia se lanza a la conquista del mercado editorial que no lo recibe con los brazos abiertos precisamente. Nos encontramos en los años ochenta y el mercado editorial está colmado hasta los topes, no hay sitio para nuevos escritores y mucho menos para poetas sudafricanos con problemas políticos en su país. Da algunas clases en talleres de escritura utilizando algunos textos de Barthes que había encontrado en la biblioteca pública, pero no pasa de ahí y eso le desespera. Su vida con Lorette, por el contrario, va bastante bien, el 15 de febrero de 1984 nace su hija Murice. Pero cuando mejor le van las cosas, pues había logrado la edición de uno de sus libros “Las telas de la araña.” En una editorial muy pequeña que desapareció poco después. De este libro se encuentran rarísimos ejemplares de coleccionista. Decía que justo poco antes de la publicación de este libro, el 7 de Agosto de 1986, su mujer tiene un accidente de coche cuando llevaba a su hija para quedarse con sus abuelos en su pueblo natal, Albi, al sur de Francia. Lenwë, con 31 años, queda viudo y pierde a su hija el mismo día. Nunca se recuperaría de este duro golpe. Ingresa en el psiquiátrico que antes había vigilado donde pasará cinco años dejando poemas desgarradores, entre la locura y una amargura que llega desde lo más profundo de su alma atormentada.
Cuando sale está amargado por todo lo que ha sufrido: no haber publicado más que un libro en una ínfima editorial ya desaparecida, se siente viejo y fracasado. Tiene gran cantidad de poemas escritos en el sanatorio, pero nadie se los quiere comprar, malvive con una pensión de invalidez de la que se bebe la mayor parte. Intenta publicar algo, lo que sea, en revistas, periódicos, poco importa. Sólo necesita ver su nombre impreso una vez más antes de morir.
De nuevo sus problemas de salud le dejan al borde de la muerte y decide olvidar al mundo que lo había olvidado también a él, hacía ya tanto tiempo. Por lo que a finales de 1995 toma el mismo camino que cogiera Lorette ese trágico día de 1986 y se va a la campiña con sus suegros. Que le recogen con el recuerdo de su hija en la mente y la pena que les da el estado tan lamentable de aquel hombre. Ellos están ya muy viejos y casi es más él el que termina cuidando de la pareja de ancianos, pero (no lo reconocería aunque lo mataran) esta circunstancia le hizo mucho bien y por fin encontró la paz que necesitaba su alma. Cuidó de los dos pobres ancianos hasta hace algunos años que murieron y heredó, pues no habían tenido más hijos y nadie se molestó en reclamar una vieja chabola perdida en Albi, la casa en la que hoy vive. Esperando. Como dice llevado por su acostumbrada teatralidad. Una muerte que le ha acompañado durante toda la vida, pero que a la vez le ha sido tan esquiva para con su persona. Este año cumplirá 66. Y tenemos pensado hacerle una fiesta a este pobre hijo bastardo de la literatura mundial. Tan amigo de las musas como olvidado del resto, aquellos que de verdad lo queremos y apoyamos cada día. Ahora, sólo me queda contar como conocí al bueno de Lenwë. Como casi todos sabréis, yo vivo en París desde hace unos meses, pero antes vivía en Toulouse y recorrí casi todos los pueblitos del sudoeste francés, donde gracias a la providencia conocí a este ser extraordinario. Había ido a Albi para visitar el museo Toulouse Lautrec y allí estaba él, sentado delante de uno de los cuadros del maestro. Yo me quedé mirándolo y me empezó a contar un montón de datos y anécdotas del pintor que yo desconocía. Le escuché como lo hubiera hecho con el catedrático más importante. Se le iluminaba la cara al relatarme las hazañas del intrépido enano. Cosas como “¿Sabe por qué son tan especiales las pinturas de Toulouse? –por su trazo. Le contesté yo absurdamente. –No. Porque al ser tan bajito tenía una mirada del mundo que ningún pintor había tenido hasta entonces, ni ha tenido después. Por eso es maravilloso.” Me pareció tan abrumadoramente cierto esto que me acababa de decir el viejo que me sonrojé un poco por no haberme percatado antes.
Entonces le presenté a mi mujer a la que saludó con una reverencia y le invité a comer. Un consejo, si queréis haceros amigos de Lenwë. Invitarle a comer. Os habréis ganado su corazón para siempre. Allí hablamos y hablamos el resto de la tarde, aprendiendo tanto sobre tantas cosas diferentes que lo primero que debería haber dicho de él es que es como una enciclopedia ambulante. Tremendo viejo parlanchín. Le llamo yo y se ríe mostrando una dentadura ajada por los años, y una vida de funambulista, que le llevó a aventuras tan increíbles que necesitaría un blog sólo para hablar de él.
He ido teniendo acceso a sus poesías con cuentagotas, poemas que he amado como lo que son. Pequeñas joyas de un artesano del lenguaje. Me costó dos años convencerle para traducirlas al español y publicarlas aquí. Hoy por fin, hago realidad el sueño de Lenwë, pero también el mío propio. Espero que os gusten tanto como a mí.

ARDO
Cuando la noche remonta las paredes
Las perversas palabras se agolpan.
Furiosas me golpean,
Durante horas gritan como gatos.
Desoladas como hombres;
Como mares ondean deseosas,
Batiéndose en alas de viento y vida.

Labios mariposas
Como estrellas iluminan
Mi cielo que se apaga.
La noche lo llena todo
De un ruido enojado;
Pues forma un bosque de verbosidad,
De insomnio venturoso,
De sueño ajeno como vida.

Camino de barro
Sin saber a dónde.
Sumido en mis pensamientos.
Me llené de frío estaño;
Las mejillas del sediento
Sordo tejido de raso.
Rozando sin pretenderlo,
Senderos de la desdicha
Que fue vivir sin quererlo.

Sangre negra
Labios de madera
Mundo entero
Fuera o dentro.
Un barco que está perdido,
Y flota en el desierto.
Letra muerta.
Nunca llegará el mañana.

El último viaje.
Mirada de espuma
Ojos de ceniza
piel de arena
viajaré en mi barco a tu memoria
allí donde rompe la muerte
en oleajes roncos como mi voz
azotada por un viento que me asola.
Soy desierto
Un náufrago del mundo
esperando que me lleve
el lúgubre viento
Al postergado cementerio.
Pasajero de un mundo
De nadie apenas, un murmullo
De cadenas desoídas.

Ya no queda tiempo
Se fugó con tu vestido
Se llevó con él mi vida
Mi música, mi aliento
Y sólo me queda esperar
Mi barco que ya parte
Lo veo en el infinito gozne
Del mar y el cielo.
Viene hacia mí,
Y se hace viento.

1 comentario:

g l o r i a dijo...

buena poesia, ese lenwe tiene talento !!