
Todo el peso de este corto pero intenso libro, lo lleva
los encuentros entre estos dos personajes a los que ni siquiera quiere poner
nombre, Casi; porque tiene casi catorce años, y Viejo, por razones obvias.
En la primera parte la historia que estaría más
encuadrada en lo que vendría a ser una novela juvenil o adolescente, una
preadolescente inteligente que no se adapta al colegio y deja de ir porque la
llaman cara de pan, encuentra a un viejo normal en principio, en apariencia un
jubilado aficionado a los pájaros, hasta aquí nada nuevo, podríamos pensar en
este punto que la cosa va a terminar mal, que el viejo se intentará aprovechar
de la chica o raptarla o algo así. Pero la historia da un giro insospechado que
no voy a contaros para no estropear la sorpresa y es entonces cuando empieza la
segunda parte. A mi gusto, mucho más interesante.
En cuanto a los recursos que utiliza Sara, lo más
destacable es el narrador en tercera persona no omnisciente, focalizado en la
niña y el diario que esta escribe. Un diario que será muy importante en la
segunda parte ya que añade un giro de tuerca al ser la imaginación de la chica
la que prima sobre lo que allí escribe, alejándose de la historia real.
Una historia de perversión, una perversión basada en la
sociedad, en lo que para la sociedad debe ser una perversión, ya que mediante
la relajada narrativa de Sara Mesa vemos que no hay nada de perversión entre
ellos, solo dos seres perdidos que se encuentran.
Personalmente me gusta mucho la metáfora del sito donde
se dan cita cada dia, al ser cerrado, rodeado de arbustos como un nido donde
ellos se pueden sentir seguros, a salvo de miradas interrogatorias de la gente
que les ha desterrado de la sociedad. Un nido que cierra la metáfora con el interés
del viejo por los pájaros. Este sitio oculto de todos contrasta con la cafetería
de la escena final, un sitio público, delante de todos, mostrándose ya sin
miedo.
En definitiva, este “cara de pan” es un libro corto que
se lee rápido y con gusto, pero que nos deja un regusto un tanto amargo, una
especie de aspereza de trasfondo para reflexionar sobre la sociedad, lo que está
bien visto, lo aceptable, qué podemos hacer y qué no, qué es raro y qué bien
visto, en definitiva, una reflexión sobre el qué dirán enfrentado a lo que
nosotros queremos hacer y nos hace feliz.
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